sábado, 12 de julio de 2008

LA PENA DEL ESPOSO DE INGRID...

ESCAPANDO A LA REDUNDANCIA


Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”
(“El Principito” – Antoine Saint Exupèry)
No quiero escribir esta semana sobre lo obvio. Y cuando digo lo obvio, me refiero a ese puñado de no más de 30 noticias que todos los medios nos repiten desde la mañana hasta la noche, de lunes a lunes y hasta el hartazgo.
Digo, ese puñado de noticias calcadas, idénticas, aunque cada uno las exponga con ínfimos matices. No quiero. Que para eso hay muchos hablando y escribiendo. Que sobre lo obvio escribe cualquiera. Sobre lo obvio hay desborde. Hay derrame de obviedades expuestas. Hay de sobra. Siempre anda una jauría voraz y abrumadora dedicada a escribir sobre lo que escriben todos.
Es el síndrome “Bailando por un Sueño”, el programa de Tinelli que engendra mil programas que hablan sobre él. La desmesura de la redundancia elevada a la máxima potencia, ante la impotencia de los cautivos. Y de los desprevenidos.
Intoxicado de tanta realidad calcada, intentaré esta semana una desintoxicación, haciéndome a un lado, cruzándome de vereda. Procuraré remar hasta la otra orilla, y alejarme así de la obviedad de tanta realidad abrumadora.
Y como el que avisa no traiciona, dice el refrán popular, ya saben, si andan hoy por esta página buscando letras sobre el conflicto agropecuario argentino que lleva cuatro meses de indefiniciones, pase de largo.
Si busca aquí algún comentario sobre la estrepitosa y esperada caída del puente natural del Glaciar Perito Moreno, en la kirchnerísma localidad de El Calafate, y la tenaz vigilia con que los medios nacionales saciaron esa verborrea fácil hacia la naturaleza que tenían atragantada desde aquella desazón infame del traicionero volcán Chaitén (que fue puro espamento pero que nunca erupcionó), le recomiendo entonces estimado lector, que migre ahora mismo hacia otros horizontes escritos, pues yo aquí no diré ni medio.
Avisados están, si buscan aquí alguna crítica a la nueva tragedia que se cobró la enésima víctima fatal del clientelismo político, nuevamente con un tucumano como protagonista, al caerse la precaria tribuna del Hipódromo de Tucumán donde habló la Reina Cristina…busque otro columnista, que hay muchos, y todos mil veces mejores.
Si cayó en esta página perdida del Semanario, en busca de alguna explicación sobre los sesudos gráficos que Guillermo Moreno esgrimió en el Senado de la Nación sobre las estructuras de “costos” de los productores agropecuarios, o algún comentario jocoso sobre la defensa que este “simpático” Secretario de Comercio hizo sobre los índices del Indec, pues lamento informarle querido lector, que saldrá de esta página con los ojos vacíos de los tales comentarios. Ahíto de obviedades repugnantes, vaciaré mis ansias en otras causas. Ni siquiera comentaré aquí ese cantito de barricada con que el Secretario Guillermo Moreno suele despuntar su vicio de tablón en las plazas públicas junto a su séquito ecléctico de guardaespaldas, tan ecléctico que el mentado séquito rejunta desde funcionarios patoteros del Indec, hasta campeones mundiales de Kickboxing…no, nada comentaré sobre ese pegadizo: “olé olá…gorilas putos, van a pagar, las retenciones del gobierno popular”. ¡¡ No no y no !!, no voy ni siquiera a gastar letras en comentarios.
Y tampoco voy a comentar ni de refilón la segunda conferencia de prensa que don Néstor ha dado en seis años. No creo que valga la pena, ni tengo ganas de avisarle al dueño del Partido Justicialista que no fue Hipólito Irigoyen el que dijo “que se quiebre pero que no se doble”, como afirmó Néstor muy suelto de cuerpo ante el silencio cómplice de una platea embrutecida por la obsecuencia, sino que fue un tal Leandro N. Alem. “Se equivocó de calle”, diría cualquier alumno de hoy, mientras le quema el cabello a alguna de sus profesoras, o le adorna la cabeza con algún forro de ocasión, de esos que reparten los Ministerios de Salud, para que los chicos se “cuiden” de “esas cosas”. Así andan nuestros chicos, al cuidado de esos forros gubernamentales.
Pucha, pero ahora que hice un alto en la escritura de esta página, y me tomé quince minutos para unos mates con la familia de todos los días, la familia más cercana, digo, la de las cuatro paredes, veo que mi pretendida desintoxicación de obviedades varias y realidades de noticias calcadas, ha sufrido una especie de síndrome de abstinencia que lleva casi 3.000 caracteres. De tanto negar los temas, terminé por enumerarlos prolijamente. Vaya entonces esta primera parte de la nota como una catarsis inevitable, hacia esas obviedades adictivas que nos abruman.



DETRÁS DE LA NOTICIA: Yo quería hablar hoy de las anécdotas pequeñas que se erigen en grandes historias. Siempre admiré aquellas personas que, tras una pequeña anécdota, pueden encontrar una gran historia. Y no hablo exactamente de los bolaceros conocidos que andan contando historias improbables con relatos convincentes. Sino que hablo de todos aquellos que pueden contarnos una gran historia, a raíz de una pequeña anécdota.
La primera vez que me rendí ante esta maravilla, fue al terminar de leer Crimen y Castigo. Quedé pasmado ante la genialidad de alguien que pudo escribir una obra esencial, basada en una anécdota que, de haberla contado algún periodista del montón, hubiera muerto en este titular: “Roban y matan a una anciana. Tras ser sorprendida en su vivienda, le destrozaron la cabeza con un hacha.”
Por suerte, hay gente que busca y se esfuerza en mostrar eso que es invisible a los ojos.
Que encuentran esas grandes historias chiquitas, esenciales, que se esconden tras los titulares, y se esfuerzan por contarlas de otra manera. Alejados del montón.
No reniego de la noticia pura, efímera, esa que uno lee de pasada solo para informarse. Sino que rescato a los que se esfuerzan por darle valor agregado a la noticia. Esos inconformistas que luchan y reman, contra la corriente de los que arriman el lastre: “La gente no lee”. “La gente no tiene tiempo…”. “La gente quiere leer lo justo”. “A la gente no le interesa”…me saco el sombrero ante los que a pesar de todo, se toman el tiempo y el trabajo de sentarse frente al teclado para darle a la gente algo más que una noticia fría. Por eso, yo esta semana había pensado en escribir sobre la historia de Juan Carlos Lecompte. Sí, tal vez, en la vorágine de las noticias y de la realidad de estas últimas semanas, usted no haya reparado en é. Pero es el hombre que durante más de 6 años esperó y luchó para que Ingrid Betancourt, su esposa, sea liberada por los guerrilleros de las FARC. Anduvo los pasillos gubernamentales de varios países, en la lucha se hizo amigo del primer esposo de Ingrid, y lucharon juntos contra la tragedia incomprensible de un país desangrado por la violencia demencial. Seis años después, baja Ingrid del avión militar tras el cautiverio. Su madre y su marido la esperan ansiosos. Juan Carlos toma la mochila que acarrea Ingrid. Ella le toma la barbilla y sonríe, hace notar el frío. A él se le nota la pena. Ingrid se confunde en un abrazo interminable con su madre. Juan Carlos queda atrás, en silencio, con la mochila de su esposa liberada… “Me siento muy feliz con su rescate… claro que hubiera preferido que fuera un poco más cariñosa conmigo, no tan fría, pero es que un secuestro es una cosa muy complicada y uno no puede calcular el amor de esa manera… No hubo un fuerte abrazo. Ahí me puse a un lado, con mucha dignidad. El amor por mí pudo habérsele acabado en la selva. ¿Y qué puedo hacer yo? Mientras ella se organiza, se pone al día, hay que darles tiempo a las cosas…”
Vaya en esta pequeña anécdota de Juan Carlos entonces, el homenaje a todos aquellos que aman sinceramente. Comprendiendo al otro. Perdonando. Siempre. Aunque duela.


Horacio R. Palma

Escribidor contumaz...

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