jueves, 30 de mayo de 2013

El Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires homenajeó a un juez asesinado por el ERP




Matar al Juez de la Cámara Federal
A las dos y media de la tarde de un 28 de abril de 1.974, Argemí venía en moto con Marino Ama­dor Fer­nán­dez por las calles fre­né­ti­cas del cen­tro de Bue­nos Aires. Des­an­da­ban la calle Via­monte esqui­vando gente y autos. En la esquina de Mon­te­vi­deo casi cho­can con­tra el auto de un juez, que les tomó la patente. Tal vez iban dis­traí­dos pen­sando en los datos que les había can­tado, bajo tor­tura, el Dr. Car­los Alberto Bianco, al que tenían secues­trado desde hacía varios días. La moto hizo una manio­bra extraña y frenó justo en el 1.506 de Via­monte. Desde calle Paraná venía cru­zando, pun­tual, Jorge Vicente Qui­roga. Él tam­bién iba aque­lla tarde al 1.506 de Via­monte. Iba a visi­tar a su amigo Rébori. Marino Ama­dor Fer­nán­dez y Raúl Argemí lo sabían per­fec­ta­mente. Lo deja­ron pasar, y enton­ces Argemí o Fer­nán­dez, o los dos, se baja­ron de la moto, saca­ron sus metra­lle­tas Hal­cón como por arte de magia, y le metie­ron 14 bala­zos a quemarropa…con esos bala­zos el ERP inten­taba ven­gar a sus cama­ra­das enjui­cia­dos por Qui­roga. Si bien Cám­pora los había indul­tado a todos, ya se sabe cómo es de vene­nosa la ven­ganza en la san­gre resen­tida de los hijos de puta.
Juez Quiroga y su familia


Qui­roga cayó en ago­nía, ellos subie­ron a la moto y salie­ron a toda velo­ci­dad mien­tras la gente huía des­pa­vo­rida. Qui­roga ago­niza y se desan­gra en la vereda, y ago­ni­zará dos horas más en el hos­pi­tal Raw­son antes de con­ver­tirse en már­tir de la jus­ti­cia argen­tina. El tes­tigo del auto frena, y le pasa a la poli­cía la patente de la moto…y con ese dato, la poli­cía de Perón llegó en pocas sema­nas hasta la calle Fra­gata Sar­miento 1071 en Ramos Mejía. Allí encon­tra­ron un ras­tro­jero robado pre­pa­rado con una bomba de 3 kilos de trotyl, un indi­ca­dor eléc­trico mecá­nico de acti­va­ción, una ame­tra­lla­dora Hal­cón car­gada, una fal­si­fi­ca­dora de cre­den­cia­les, pape­les del ERP, miles de pro­yec­ti­les y un cua­derno con los datos de un fun­cio­na­rio judi­cial secues­trado: el Dr. Bianco. Con­clu­sión: Argemí, Vio­leta Ana Moratto y Fer­nán­dez, fue­ron acu­sa­dos por el homi­ci­dio del ex juez Qui­roga, por tenen­cia de armas de gue­rra y de explo­si­vos, aco­pio de muni­cio­nes, aso­cia­ción ilí­cita cali­fi­cada y uso de docu­men­tos fal­sos en con­curso real. Y se les sumó luego la sen­ten­cia por el homi­ci­dio de Qui­jada, total: 25 años. Pero por dis­tin­tas amnis­tías y reduc­cio­nes de penas, salie­ron todos el 15 de agosto de 1.984. La causa pasó por varios juz­ga­dos y durante los diez años que estu­vie­ron dete­ni­dos cum­pliendo la sen­ten­cia, fue­ron defen­di­dos por el Dr. Bro­quen. Todas las garan­tías. Todas ¡Vaya campo de exter­mi­nio más extraño!
Pero ya que en esta his­to­ria se nom­bró al con­tral­mi­rante Her­mes Qui­jada, diré que el 30 de abril de 1973, en pleno cen­tro de Bue­nos Aires, un gue­rri­llero del ERP, Víc­tor Fer­nán­dez Pal­meiro, espa­ñol de 24 años, lo ase­sinó fría­mente. Las seme­jan­zas entre los dos ase­si­na­tos son nota­bles. La revista “Libe­ra­ción por la Patria Socia­lista” en su Nro. 19, de 1974, órgano de prensa del ERP-PRT, narró así el ase­si­nato de Her­mes Quijada:“TRELEW: LA IDEA FIJA. Lunes 30 de abril de 1973. A las 9 hs. el cho­fer está con el auto listo. A las 9,10 hs., Qui­jada sube y salen. En Junín doblan a la izquierda en direc­ción a Santa Fe, pero esta vez la moto ha reci­bido la señal correcta y ya está arriba de ella los que ven­ga­rán a los muer­tos de Tre­lew. Con el Gallego había­mos deci­dido que el momento de inicio de la ope­ra­ción lo deter­mi­na­ría que se detu­viera el coche de Qui­jada, que que­dara en posi­ción como para que nos metié­ra­mos por el cos­tado dere­cho y que tuvié­ra­mos espa­cio para seguir des­pués con la moto. Ape­nas pasa­mos Santa Fe por Junín, nos pusi­mos cerca. En Cór­doba los semá­fo­ros lo para­ron, pero el Dodge quedó en el medio de otros dos coches. Espe­ra­mos. En Corrien­tes pasa­mos con luz verde y había dos motos de la poli­cía dete­ni­das. En Sar­miento lo aga­rró el semá­foro. Acá, dijo el Gallego. 9,15 hs., la moto se acerca por detrás al Dodge blanco que está dete­nido sobre Junín a 15 metros de la esquina, dis­mi­nuye su velo­ci­dad y el Gallego salta empu­ñando una ame­tra­lla­dora. La moto pasa por el cos­tado dere­cho del coche y frena unos metros más ade­lante. Y ya está el Gallego al lado de la ven­ta­ni­lla dere­cha. Qui­jada: una frac­ción de segundo para ver al joven alto, moro­cho, de ante­ojos, con una cam­pera azul que le apunta con una ame­tra­lla­dora y una frac­ción de segundo para pen­sar que debe­ría tomar la ame­tra­lla­dora que lleva sobre sus rodi­llas con las mis­mas manos con que empuñó aquel pun­tero que le sir­vió para expli­car lo de Tre­lew. Una frac­ción tan pequeña que la orden no llega a los múscu­los que debe­rían eje­cu­tarla por­que el fogo­nazo en el caño de la Hal­cón le dice que ya comen­za­ron a entrar en su pecho los pri­me­ros bala­zos y ya empezó a morirse. El cho­fer: abrir la puerta de su lado y con la otra mano aga­rrar la pis­tola que lleva bajo la pierna y dis­pa­rar un tiro hacia el joven que ataca mien­tras su cuerpo ya se va tirando hacia la calle. Gallego: ase­gu­rar a Qui­jada. Y las ráfa­gas que en vez de ir a lo largo del asiento delan­tero para poner fuera de com­bate a los dos, se incrusta en un solo destinatario.Sólo tengo un pan­ta­llaza por­que todo fue muy rápido. Detuve la moto. Al lar­garse el Gallego nos des­via­mos hacia el cos­tado y la palanca de cam­bio pegó con­tra el coche, y se tor­ció. Quise ende­re­zarla y se par­tió. La moto quedó en segunda y ya no podía hacer cam­bios de velo­ci­dad. Me di vuelta y vi al Gallego haciendo fuego; a la puerta del lado izquierdo del coche que se abría; una mujer que se fue sobre un kiosco de revis­tas y tiró abajo varios estan­tes; un Fiat 1500 que salió vio­len­ta­mente haciendo chi­rriar sus gomas con­tra el pavimento…La puerta dere­cha que tam­bién se abría y el Gallego reca­ma­rando la ame­tra­lla­dora. Des­pués ya venía hacia la moto. La segunda ráfaga que alcanza al cho­fer en la mano con la que tiene la pis­tola y las otras que bus­can al con­tral­mi­rante en la cabeza y en el pecho. El peso de su cuerpo cayendo sobre la puerta y abrién­dola y la Hal­cón que se traba des­pués de ocho tiros. Y el Gallego que dirán los tes­ti­gos que son­ríe, pero es que reci­bió un tiro del cho­fer y lo acusa con un ric­tus de dolor.
Qui­jada ya está muerto; unos pasos hacia la moto que espera en marcha.
Cuando el Gallego se subió no sentí más tiros, aun­que los dia­rios dije­ron que un poli­cía que pasaba por allí nos dis­paró. Entre el ruido de la moto y el del trán­sito escu­ché que el Gallego decía <>. Y me puse con­tento por­que pensé que en ese lugar le había puesto todas las balas a Qui­jada. Cuando toma­mos Puey­rre­dón noté que venía mal aga­rrado. Le grite que se afir­mara mejor, y allí me dijo que tenía un balazo en el estó­mago. Enton­ces cruzó los bra­zos por encima de mis hom­bros y se reclinó sobre mí.
Lle­ga­mos hasta Puey­rre­dón y Liber­ta­dor; había un embo­te­lla­miento del trán­sito y la moto se paró. No podía ponerla en mar­cha de nuevo por­que la palanca de cam­bios estaba rota, así que la deja­mos en una pla­zo­leta y ayudé al Gallego a cami­nar hasta el auto que espe­raba en la playa de la Facul­tad de Derecho.
El Gallego Pal­meiro reci­bió en la acción donde ajus­ti­ció a Qui­jada, un balazo en el estó­mago sin ori­fi­cio de salida. Con­du­cido a una casa, murió cuando se lo iba a tras­la­dar para inter­ve­nirlo qui­rúr­gi­ca­mente. Su pri­mera pre­gunta al lle­gar a la casa había sido: ¿Lo maté? Y cuando los com­pa­ñe­ros que ya lo sabían por la radio le infor­ma­ron que sí, dijo: ¡Los vengué!
Los dia­rios de la época infor­ma­ron pro­fu­sa­mente de la muerte de Qui­jada. Lo que no dije­ron, es que a par­tir de ese 30 de abril, el Gallego Víc­tor José Fer­nán­dez Pal­meiro, junto a los die­ci­séis már­ti­res de Tre­lew, empe­zaba a vivir en el cora­zón de su pueblo.”
Leyendo la cró­nica del ERP, vemos que un ase­sino frío y cal­cu­la­dor estaba haciendo sus pri­me­ras letras en la novela negra policial…y yo sos­pe­cho quien.
Mírelo fijo a los ojos, por­que en cual­quier momento pode­mos cru­zar­nos con este hijo de puta de buena pluma. Y tene­mos la obli­ga­ción de decirle que nosotros tampoco OLVIDAMOS.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LLEGO LA HORA DE HACER JUSTICIA.. DEJEN DE CRITICAR AL GOB. Y LOS MALDITOS DEL ERP.. Y A LA UNION PARA LIMPIAR EL PAIS DE ESTOS MALDITOS. LA PATRIA LLORA, ESTA PRISIONERA... NO SE OLVIDEN LA UNION HACE LA FUERZA..