Jamás se
me hubiese pasado por la cabeza escribir unas líneas sobre lo que iba a hacer,
e hice, anteanoche: ver a un ex guerrillero que integró el mismo grupo
terrorista “ERP 22 de agosto”, que el 22 de diciembre de 1974, asesinó a mi
padre, Carlos Alberto Sacheri, patriota y católico con mayúsculas, profesor de
filosofía, y padre de siete hijos, con sólo 41 años de edad, delante de su mujer, sus siete hijos y
tres amiguitos.
Pero con la recepción de algunos llamados, elogios y
agradecimientos del “nuevo” facebook, todos inmerecidos, me parece mejor
explicar lo que pasó, que guardarlo sólo para mí. Por comentarios me enteré que
había alguien que había filmado en forma absolutamente precaria dos personas
conversando a bastante distancia, y no puede escucharse nada (obvio, pero yo no
lo sabía). Agradezco en primer lugar a los amigos que me acompañaron en este
pequeño acto inusual. Como así también a todos los que elogiaron, o felicitan,
o difunden inmerecidamente el hecho que aunque no haya sido sencillo, tampoco
es nada extraordinario.
Hace unos cuatro años, con la misma idea de acercarme
al “enemigo” de los 70´, fui con menos miedos y prevenciones a ver a un
sacerdote que había sido del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo, y muy tristemente, pude constatar que ya en el año 2010, seguía viendo
el mundo y la Argentina con las mismas anteojeras y enormes parcialidades que
en los 60´ y 70´. Esa vuelta salí muy, muy lastimado espiritualmente y me costó
más de una semana reponerme de aquel resentimiento. No fue así anoche. De allí
que anoche -los amigos que me acompañaron, pueden dar algo de fe al respecto-
fui con temor a pasar por una situación que podía llegar a ser muy
desagradable, y que podía llegar incluso a una violencia (verbal o física) grave.
Afortunadamente mis prevenciones no eran ajustadas. Yo sabía que Argemí no
había intervenido materialmente en la muerte de Papá, pues él ya estaba preso
desde seis meses antes de la misma. Argemí me pareció un tipo frontal, y sin
demasiadas vueltas.
Conversamos unos 10/15´, con lo que obviamente no entramos
en ningún tipo de cuestión con una mínima profundidad. Lo primero que le dije
es que a mi padre lo había matado el grupo guerrillero “ERP 22 de agosto” (el
mismo grupo se llamó también “ERP 22” y “ERP 22 L”), y que él había integrado
ese grupo. Él me dijo que no recordaba la muerte de Papá, y es posible … Fueron
tantas, las de aquellos años que es perfectamente posible que no la recordara
…, pero ni se escapó, ni puso obstáculo alguno en seguir hablando. Como también
le dije, para no ir tan violentamente como cuando lo mataron a Jorge Vicente
Quiroga, que él había “tenido la desgracia” (tomado en sentido estricto del
término “desgraciado” que hasta no hace tanto se usaba respecto de aquel que
había asesinado) de matar al Juez Quiroga. Me escuchó atento, y aunque también
me pareció que no comprendió todo lo que le fui diciendo por ser algo sordo, me
reconoció expresamente haber estado en el ERP 22, a la vez que me dijo que no
había estado en la muerte del Juez Quiroga (28 abril 1974), por la que fue
detenido el 21 de junio de 1974, condenado judicialmente, y cumplió diez años
de prisión, siendo liberado en 1984. Mi propósito central no era hablar de sus
hechos o muertes, sino el acercarme para hablar más distendida y tranquilamente
en otro momento. Me contestó algo así como: “En esa (muerte) no tuve nada que
ver.”; lo que para mi fue positivo, pues me pareció que podía estar
reconociendo que en alguna otra muerte, sí había estado. Esto verdaderamente
sin ningún tipo de interés judicial de sonsacarle ningún tipo de dato o
reconocimiento pues, a la vez que no es mi función, no soy tan sonzo como para
pensar que Argemí no ha pasado por una experiencia parecida y no va a reconocer
al primer tipo que lo encara, una cuestión de tamaña gravedad. De hecho todos
estos delitos están verdaderamente prescriptos, y no existían en aquellos años
los mal llamados “delitos de lesa humanidad”, mal que le pese a casi todos
nuestros jueces federales.
Enseguida me ofreció su número de celular para poder
conectarnos y hablar tranquilamente, pero cuando llegó el momento de dármelo,
casi tan torpe como yo, no sabía cómo dármelo y me ofrecía una tarjeta. También
me dijo que no hablaba con gente ajena a los hechos de aquellos años, pero que
para conmigo el tenía una “responsabilidad social”, lo que me pareció un buen
principio. No muchas, pero algunas veces me ha tocado estar con ex
guerrilleros, que aún en el gravísimo rol que desempeñaron, reconocen lo que
hicieron, y hasta en un par de casos, con conciencia del mal que produjeron, y
hasta cercanos al pedir perdón. También Raúl Argemí se refirió al Perdón, y al
arrepentimiento, y le llegué a decir lo importante que es esa cuestión. No la
cerró, aunque le parecía un poco al cuete, pues: “Un arrepentimiento o un
perdón no resucita a ningún muerto”. La charla fue más que razonable. Y me
pareció ver en él, un respeto importante por la parte destinataria de lo que él
de algún modo había contribuido a cometer: un gran dolor.
Espero estar en lo
cierto. Dentro de lo difícil y la tensión que implicó para mí el saber que iba
a hablar con alguien que -al menos hasta donde puede saberse-, mató al único
juez de toda la historia argentina asesinado por razones políticas, la charla
fue afable y como para seguirla ... Creo que va a seguir para bien, aunque nada
de esto es fácil … Alguien puede preguntarse con razón: ¿ Para que fue éste
tipo a ver a un guerrillero que integró el mismo grupo que mató a su padre ? La
primer respuesta es: que mi conciencia me impedía dejar pasar la posibilidad de
hablar con quien mató, o no como me dijo ayer, a Jorge Quiroga, e
indirectamente a mi padre. No cabía en mí la posibilidad de no hacerlo, sin
inculparme por muchísimo tiempo de cobarde e impío (en el sentido de la piedad
paterna).
Y encararlo a Argemí implicaba decirle y “recordarle” lo que pasó, y
también -lo que efectivamente ocurrió- que él tuviera, y tuviéramos ambos la
posibilidad de hablar después de 40 años de tantas muertes. La respuesta más
cerebral puede parecer ingenua, y creo que no lo es. Si una buena cantidad de
guerrilleros o “Argemís” se animaran a decir que lo que ocurrió en los 70´ fue
un baño de sangre entre hermanos, producto de una gran locura colectiva, y que
como argentinos debemos mirar para adelante, sin olvidar la historia de lo
ocurrido, esta parte del problema argentino del resentimiento fraternal, se
acercaría a una solución. Hoy espontáneamente, le contesté a un amigo, al
preguntarme cómo hacía eso, que si este tan grave problema no se hace con “la
zurda” que tiene mucha gente honesta, probablemente no se solucione… Si muchos
Argemís demuestran su arrepentimiento, o más aún, piden perdón, el
resentimiento, que algunos vienen sembrando y cultivando desde hace tantos
años, se limitaría muchísimo, y comenzaría a ser sepultado como corresponde a
toda guerra entre hermanos. Si quienes tomaron las armas -la mayoría de los
cuales, no quiere saber nada con este enorme negociado de los derechos humanos-
se pusieran de acuerdo en que esto fue una guerra entre hermanos, en la cual
como en toda guerra, hubo errores y horrores, la única solución para ello es
una amnistía (sea de derecho, o de última, de hecho). Con lo que para todos los
argentinos -no solamente para “los militares”- se elimina un enorme grano de
pus para todos, especialmente para los más jóvenes y pequeños. Y tal vez así,
podamos acercarnos un poco a la Paz que Dios nos quiere regalar y, parece una
tragedia que nos marca, nos negamos a abrazar y guardar ...
Dr. José María Sacheri
2 comentarios:
Yo lo felicito creo que es lo que hay que hacer.fui alumna de tu padre,en launiversidad del salvador.
Valiente, José María.
Tu derrotero espiritual hacia el perdón y tus palabras para expresarlo nos marcan un camino.
Felicitaciones.
Rosalía
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